Esta semana fui a El Salvador. Después de mucho y de muchas cosas. La última vez que dejé mi país, jamás creí que me costaría tanto volver. Y es que a veces las cosas se complican. La vida nos da vueltas y giros inesperados. Sentí tristeza. Pensaba en que la última vez que había pasado por esta calle o por este puente, estaba muy lejos de ser quién ahora soy. También la gente que es importante para mí era otra cosa. No sé, a veces la vida cierra ciclos. Nos mueve el piso. Y todo nos resulta desconocido.
Claro, hay cosas que nunca cambian. Y esas te hacen sentir que aún queda mucho de lo que fuimos.
Tenía tiempos de no gozar ni de un par de horas para mí misma. Esta vez logré desayunar sin apuros. Casi sin ruidos, porque esa odiosa costumbre de tener el televisor prendido a toda hora está destruyendo el gusto por el silencio. En el restaurante del hotel habían sintonizado CNN. La matanza de una escuela en Pensilvania era la noticia. Y yo no quería saber de ello. Pero por alguna razón, cuando subí a mi habitación, sentí la necesidad de prender la tele y seguir oyendo. Muertos, tragedias y más malas noticias. Es todo lo que pasan los medios. Claro, es lo que vende.
Pude visitar casi todos los lugares que tenía pendientes, y a los cuales no iba… desde antes. Si desde antes de ahora.
Pude ver, aunque fuera por unos minutos a mi antiguo profesor de filosofía. Me dio gusto saber que ha terminado ya con el estudio de las obras completas de Vargas Llosa y Octavio Paz. Luis ha sido siempre fanáticos que estos autores. Lo vi por unos minutos, pero fue un placer. Quedamos de juntarnos la próxima vez a almorzar.
También vi a Ixquic. Me costó dar con su oficina. Y resultó ser la misma donde tantas veces fui a hacer mis horas sociales. Fue como un volver a un tiempo anterior. Volví a sentir las sensaciones que experimentaba cuando era estudiante y creía que el mundo me sería concedido una vez tuviera el título de abogada en mano. No es necesario decir que no ha sido así. Quedamos en ir esa noche con Roberto (antiguo compañero de trabajo y aventuras) a la Luna, a oír el recital de Los Poetas Muertos. Pero todo luego se complicó y no pudimos.
Por aquellas cosas extrañas, revisité el museo de los Mártires de la UCA. La primera vez que fui, la guerra recién había terminado (primeros meses del año 93). En aquella ocasión fui por curiosidad. Esta vez para convencerme. Y vi lo mismo. Pero sentí distinto. Pude ver nuevamente el jadín de rosas donde los mataron. Y fui yo quien terminó contándoles la historia de esa madrugada a las muchachas que, como guías, purgan sus horas sociales. 21 y 19 años tenían, y ninguna conexión con la historia.
Claro, hay cosas que nunca cambian. Y esas te hacen sentir que aún queda mucho de lo que fuimos.
Tenía tiempos de no gozar ni de un par de horas para mí misma. Esta vez logré desayunar sin apuros. Casi sin ruidos, porque esa odiosa costumbre de tener el televisor prendido a toda hora está destruyendo el gusto por el silencio. En el restaurante del hotel habían sintonizado CNN. La matanza de una escuela en Pensilvania era la noticia. Y yo no quería saber de ello. Pero por alguna razón, cuando subí a mi habitación, sentí la necesidad de prender la tele y seguir oyendo. Muertos, tragedias y más malas noticias. Es todo lo que pasan los medios. Claro, es lo que vende.
Pude visitar casi todos los lugares que tenía pendientes, y a los cuales no iba… desde antes. Si desde antes de ahora.
Pude ver, aunque fuera por unos minutos a mi antiguo profesor de filosofía. Me dio gusto saber que ha terminado ya con el estudio de las obras completas de Vargas Llosa y Octavio Paz. Luis ha sido siempre fanáticos que estos autores. Lo vi por unos minutos, pero fue un placer. Quedamos de juntarnos la próxima vez a almorzar.
También vi a Ixquic. Me costó dar con su oficina. Y resultó ser la misma donde tantas veces fui a hacer mis horas sociales. Fue como un volver a un tiempo anterior. Volví a sentir las sensaciones que experimentaba cuando era estudiante y creía que el mundo me sería concedido una vez tuviera el título de abogada en mano. No es necesario decir que no ha sido así. Quedamos en ir esa noche con Roberto (antiguo compañero de trabajo y aventuras) a la Luna, a oír el recital de Los Poetas Muertos. Pero todo luego se complicó y no pudimos.
Por aquellas cosas extrañas, revisité el museo de los Mártires de la UCA. La primera vez que fui, la guerra recién había terminado (primeros meses del año 93). En aquella ocasión fui por curiosidad. Esta vez para convencerme. Y vi lo mismo. Pero sentí distinto. Pude ver nuevamente el jadín de rosas donde los mataron. Y fui yo quien terminó contándoles la historia de esa madrugada a las muchachas que, como guías, purgan sus horas sociales. 21 y 19 años tenían, y ninguna conexión con la historia.
Esa noche se oyeron disparos durante horas. Yo la pasé bajo mi cama. A la mañana siguiente los vecinos decían que a los padres de la UCA los habían asesinado en la madrugada. Yo, con mis 16 años y un contexto aséptico, no alcancé a dimensionar lo grave de la noticia. Una hora más tarde, habían, apostados en el techo de mi casa, siete soldados aproximadamente. Con el rostro pintado de betún y fusiles inmensos, llevaban granadas al cinto y muchas, muchas balas. Uno de ellos cargaba una pesada bazuca. Luego de permanecer unos 45 minutos en el techo, nos dijeron que entrarían a la casa. Uno a uno fueron deslizándose por el árbol de almendros (que mi mamá cortó después, no sé si por este incidente). Pero el que llevaba el mortero no pudo con su peso y cayó de espaldas. Las granadas que llevaba (y eran muchas) se desperdigaron por el jardín. Los otros lo ayudaron a recogerlas. Yo las vi rodar como en cámara lenta. Todos los demás estábamos petrificados. Comprendimos, muy bien y en silencio, lo que pudo haber ocurrido. Saltaron el muro de la casa vecina y siguieron su marcha de sustos y apariencias. Luego vino el juicio. La Fuerza Armada los había asesinado. No sé si los mismos, pero sí los compañeros de los que entraron aquella mañana a mi casa.
Hoy, a casi 18 años de eso, siento mucha tristeza por mi país. Pocas cosas han cambiado, y nadie, pero nadie, sigue siendo el mismo. ¿Es eso posible? De pronto entiendo que de eso, justamente, se trata el dolor.
Hoy, a casi 18 años de eso, siento mucha tristeza por mi país. Pocas cosas han cambiado, y nadie, pero nadie, sigue siendo el mismo. ¿Es eso posible? De pronto entiendo que de eso, justamente, se trata el dolor.
11 comentarios:
Hey welcome to the jungle... creeme que te entiendo, por salud mental dejo de pensar en el país por ratos, Guate está igual de jodido que El Salvador, tan jodidos que duelen.
Este post me ha hecho reflexionar, Muchos Mexicanos(as) se quejan de que durante 70 años el país vivió bajo un régimen corrupto y corruptor, y esta afirmación tiene algo de verdad, no obstante los mexicanos hemos olvidado los horrores de la guerra y de la violencia generalizada, por que durante esos 70 años vivimos en una relativa Paz, los soldados se dedicaban a perseguir narcos o a dormitar en las zonas militares... ¡ahora no sé que pueda pasar!
Ojala mas de mis compatriotas leyeran tu post y comprendieran que tenemos mucho que agradecerle a los abuelos, la paz es un estado envidiable.
Esa es la terrible parte de la conciencia: si miras con fijamente a la Realidad, te consume. Si la ignoras, te alienas. Un balance difícil de lograr, casi de malabarista. De ahí el dolor que menciona Denise, el cual comparto.
Uy, y es que hemos nacido en países con tanta vocación de mártires. Guatemala ha sido una mala madre para Centroamérica. Pero los hijitos (el resto del istmo) han resultado alumnos excepcionales.
Y sí Cheyo, tenés razón. México ha tenido una tradición menos violenta, pero no por ello pacífica. Pero sí tuvieron las suerte de explotar en una revolución que los dejó curados de espanto. Eso es bueno, en cierto modo, porque ya pagaron ciertos pecadillos originales de 1810.
La guerra en El Salvador aún es un mito. Los que la conocieron la magnificamos. Los que no la conocieron, no se la creen.
pd: siempre he pensado, que las víctimas más víctimas de esa noche de 1989 fueron la sirvienta y su hija. Ellas pidieron refugio a los padres, porque en su casa, la cosa estaba fea. Qué injusto.
Vanessa, concuerdo con vos. Elba y Celina fueron las más víctimas.
Gracias por la visita y pronto te la devolveré...
Hola Vanessa, yo cursaba segundo año de Ingeniría en la UCA cuando eso pasó, por supuesto para la fecha exacta estábamos en mi casa (en ciudad delgado) practicamente acorralados y durminendo debajo de una mesa con colchón encima, táctica que ya mis padres habían puesto en práctica para las 100 horas con Honduras y las alertas de posibles bombardeos, al oriente, el batallón CEAT (comando especial antiterrorista de la PH)y en los otros 3 rumbos, la guerrilla. En una ocasión tuve la oportunidad de ver a un compa disparándole con un fusil (de los que se recargan cada vez que se dispara) tirándole desde una lomita a un helicóptero. Para el día siguiente de que se supo del asesinato de los padres, inmediatamente corrí a la caja donde guardaba mis libros y queme en una lata de leche todas las revistas ECAS y PROCESO que tenía, realmente sentí un dolor grande, aunque no interactué de manera cercana con los padres que asesinaron, pero si sentí el dolor y también el coraje. Con el que había interactuado fue con el padre Jon Cortina, porque en ese semestre nos estaba dando resistencia de Materiales.De hecho, el 11 de noviembre yo tuve un parcial de resistencia por la mañana, a medio parcial se supo de un coche bomba frente a la Guardia Nacional, sobre esto siempre tuve la teoría de que había sido una especie de señuelo, ya que era imposible que no se filtrara algo al ejercito, creo que quisieron hacer parecer que ese coche bomba justo frente de la Guardia era todo lo que habían planificado. El padre Cortina nos contó años después que la noche de los asesinatosel decidió irse para su apartamento en lugar de quedarse en la UCA con el resto, eso le salvó la vida. Removiste mis recuerdos con tu post.
rené figueroa
Hola René. Gracias por tu visita y por tu historia. Nosotros, los salvadoreños, esos "guanacos hijos de puta" (como dijo Dalton) somos realmente distintos. La guerra nos cambió. Nos hizo seremos humanos pensantes y tolerantes. Ok, quizás no todo lo que quisiéramos, pero sí hubo un cambio. Por eso ahora nos duele más, porque vemos que muchas cosas siguen igual a pesar de tanto sufrimiento. Nada duele más que el sufrimiento en vano. Saludos.
Parece que hay acontecimientos que traspasan las emociones, tanto que puede ser heredado. Geneticamente se nace con el dolor de un pueblo, la injusticia...
Mi querida Vanessa: usted tendría que escribir estas cosas. A lo mejor,de eso trata su novela. pero esta experiencia la narra con gran vigor. ¿Para qué está yendo a la U? Bueno, ahora ya va adelante. Siga. De reprente, algún dia va a necesitar el diploma.
Vanessa: te pusiste hacer planas en los coments?
Jajajaja... te juro que sí!! No sé qué pasó... las traiciones de la tecnología!
Publicar un comentario