27 sept 2008

El hombre en el umbral de Jorge Luis Borges

Borges no deja nunca de sorprenderme, y de tanto en tanto buceo en algunos cuentos olvidados o pasados de largo debido, sobre todo, a la bastedad de su obra. Y es que ésta no se presta a lecturas desinteresadas, por lo que para mi, leerlo es siempre un verdadero ritual.
Hace tres años, Gerardo me trajo de Buenos Aires sus obras completas (Emecé Editores, 2005). Fue mi regalo de cumpleaños, quizás el mejor que haya recibido hasta ahora (con excepción de la Diana, mi perra Doberman que ya está vieja y que también me regaló Gerardo en nuestro primer año de matrimonio.)
Los cuatro tomos de las obras de Borges duermen conmigo. Están en la librera de nuestro dormitorio (junto a las obras de Virginia Woolf), y desde ahí, noche de por medio, me llaman para que vaya y conversemos.
Y es que otra de las ventajas de dar clases es justamente esa, que uno se ve obligado a retomar lecturas. Fue así como llegué de nuevo a “El hombre en el umbral”.
Este relato de corte fantástico (quizás el tinte mejor logrado de Borges), no tiene más de cinco páginas y pertenece a El Aleph (1949). Trata una historia en donde el tiempo lo es todo y al mismo tiempo es nada. Como siempre, Borges nos habla de un recuerdo, de algo que fue y que por lo tanto, igual podría no haber sido. Por otro lado, Borges también nos advierte que no se trata de un recuerdo propio, sino de uno prestado, algo que escuchó contar a un tercero y del que acaso, no sea conveniente fiarse. Y aún así, prestamos atención y lo leemos como si de nosotros mismos estuviera hablando.
La historia se desarrolla en una lejana y quizás inexistente ciudad musulmana. En ella, el narrador —cuya voz invariablemente nos recuerda a la de Borges— nos pierde en laberintos con olor a curry y almas sabedoras de un secreto que han jurado guardar. Mismo que, cuando el protagonista logra descifrar, se ha convertido en una realidad irremediable. Las consecuencias fatales nos golpean entonces igual que al personaje, quien se percata que lo que creyó pasado, no era otra cosa que el presente. Y que el presente le había jugado una mala pasada, posibilitando así que lo que él creía futuro, se convirtiera ahora en un pasado fatal.
Aunque complicado de entender, acaso sea el miedo a esta concepción del tiempo la que más nos turba. Y sin embargo aseguro -sin temor a equivocarme-, que el que ha leido este cuento ha podido comprobar —igual que yo— que el presente es “apenas un indefinido rumor”.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Híjole, Borges!!
a Borges no hay que entenderlo sino amarlo. Muy buen post. Ya voy a ir a leer este cuento que aún no he leido y te comento.

Anónimo dijo...

Ficciones es uno de mis libros de cabecera. Lo leo y lo releo.

Me fascina también la poesía de Borges: una mezcla de erudición e historia; pero también, con una buena dosis de temas populares que se manifiestan principalmente en sus milongas. Si, ¡Borges escribio milongas! Un amigo mío que lo conoció me dijo que a Borges también le encantaban los tangos y no solo los que se escuchaban en la radio sino que los picantes, aquellos que se censuraban por ser demasiado risqué.

Unknown dijo...

Hola Alberto, ya me contarás. Gracias por pasar.

Hola Carlos. Es que Borges era increíble. Podía escribir lo mismo sobre temas de alzado refinamiento, que es lo que choca a muchos (a mí en lo personal me encanta) o sobre aquellas escenas de su Buenos Aires redescubierta. Lo de la milonga no lo sabía, pero no me resulta extraño. Fervor de Buenos Aires es deja ya entrever el enamoramiento de Borges por lo patrio. Un abrazo y gracias por la visita.

Anónimo dijo...

Borges, sin duda un gran maestro!

alvaro ferreira dijo...

hace un día atrás leí este cuento de borges, y como en sus otros cuentos pude percibir la vastedad de lo infinito en sus palabras , por un lado reflejado por el abismo de comprensión que representa oriente y su cultura antigua , caótica y multiforme, pero fascinante para los occidentales ( un verdadero Zahir); como también por la aparición del eterno retorno , una circustancia que ya fue olvidada vuelve a ser bajo otras formas y caras , pero esencialmente es la misma ( "toda novedad no es sino un olvido”), de todas formas quede como siempre con borges perplejo , maravillado, mirando mi alrededor como a una apariencia irreal.

Unknown dijo...

Hola Alvaro. Toda novedad no es sino un olvido... cuánto puede caber en esa frase, no es cierto? Perplejidad, estoy de acuerdo, es sin duda la mejor forma de describir a Borges. Gracias por pasar!