7 jul 2009

Insulza, la OEA y los caudillos del siglo XXI

Luego de varios días alejada de la civi-polución, el cuerpo como que demanda. Y es que uno se acostumbra al ruido, al smog, a las prisas por llegar, a las trabazones, pero sobre todo —yo creo— a la comida.
Uno se acostumbra a comer mal: McDonald´s, Burger King, Wendy´s, etc. Y como mi mente y mi cuerpo demandaban una deliciosa y terrible hamburguesa de media libra con papas, tocino y champiñones, pues fui a cenar a Friday´s.
Demás decirles que todavía la estoy procesando, pero nada que una buena dieta de frutas y verduras no devuelva a la normalidad.
El caso es que mientras esperábamos que nos sirvieran, comenzamos a platicar en la mesa de todo lo que había ocurrido estos días y, cómo no, salió el tema de Zelaya. Y como hoy día —tal y como lo fuera semanas antes en Guatemala— hablar del depuesto gobernante es hablar de la OEA, iniciamos una discusión sobre si la existencia de este organismo tiene algún sentido.
Me sorprendió darme cuenta de la desconfianza que existe hacia este foro de discusión, porque la OEA no es más que eso. No es un juez, no es un ejército, no es tampoco un papá que nos va a decir qué hacer.
Ayer vi algunas noticias donde se pedía la renuncia de José Miguel Insulza por no haber sido capaz de cumplir el encargo al que se le destinó en Honduras y además haber hecho poco menos que el ridículo (en eso sí estoy de acuerdo) al llegar a un país donde, en realidad, no pudo hacer nada, porque nada había realmente por hacer.
Micheletti y compañía están empecinados en que tienen la razón y que son un gobierno legítimo, a pesar de las evidentes anomalías con que se ha manejado todo el asunto.
Sospecho, por lo visto en Facebook y algunas noticias, que —al igual que ocurre siempre— está sustentado por un grupo de poder económico que le hacen creer que no se echarán para atrás si la “hora peluda” llega. (No quiero por ahora ni imaginarme lo que “eso” pueda ser.)
La OEA insiste en que no, que ha sido ilegal y que deben regresar la presidencia a Zelaya, que es el presidente democráticamente electo.
Pero cuando los bandos se apoltronan en sus razones y se niegan a escuchar alternativas, el tema cae en un impase y, si no existe algo que lo haga detonar, pueden pasar meses y años antes de que se encuentre una salida al tema.
La OEA quedó —estoy de acuerdo en eso— en entredicho ante las personas que esperaban que Insulza fuera una especie de Superman justiciero. Sus presiones quedaron en nada, sus amenazas carecieron de coercibilidad y su supuesta autoridad quedó obviamente pisoteada. Resulta entonces hasta cierto punto razonable que la gente se pregunte luego del fallido intento de aterrizaje de Zelaya: ¿Y ahora, quién podrá defendernos en caso de que ocurriera algo así en nuestros países?
“La OEA es un desastre, no sé para qué sirve, no deberíamos ya pertenecer a semejante organización, etc.”, son afirmaciones que he oído repetidamente, y siempre he dicho: La OEA no es fallida, porque ésta se constituyó como una organización dentro de la cual todos los países americanos se comprometieron a acatar las reglas del juego. Reglas establecidas en una carta constitutiva que todos conocieron y validaron. Entonces, en caso de contravención, no es dable inferir que sea la OEA la que no funciona, sino que los países que la componen —y qué vergüenza que Centroamérica sea siempre el Medioevo en la historia de este continente— son estados que no están capacitados para establecer este tipo de pactos internacionales.
La carta de la OEA exige que los gobiernos de todos los países miembros sean electos de forma democrática, pero si un país no respeta estas normas, no es que el documento esté mal redactado, sea ineficaz, etc., sino que evidencia la falta de compromiso internacional-comunitario que aún existe en nuestras pseudo-repúblicas.
Y es que si bien, la OEA no tiene capacidad de ejercer medidas coercitivas (léase) inmediatas, sí son organismos donde los países encuentran respaldos y apoyos en una época en la que el que se aísla, está condenado a “sub-existir” (cito el caso de Cuba y sobre el cual —yo sé— habría aún mucha tela que cortar).
Mal pues por Micheletti, que no ha hecho más que agravar el ya grave estado de cosas en una nación que aislada y en pleito con el resto de países vecinos, no será capaz de sobrevivir mucho tiempo.
Zelaya por su parte se está haciendo los bigotes (y vaya que ya los tiene bien hechos) con este derroche de fuerza y falta de razón que han mostrado sus adversarios.
Y si algo creo yo que es dado reprocharle a la OEA y a Insulza -chileno creyente en el estado de derecho y cosas de esas que tan extrañas nos suenan-, es que hayan sido tan crédulos de no sopesar el que no estaban tratando con “caballeros”, sino con bandos caudillistas que muestran que en nuestros países cualquiera se monta a caballo, toma su espada y juega a ser Morazán, Carrera, Barrios o cualquier fulano cuyo nombre hoy día es sinónimo de desmadres, fuerza bruta y naciones cuya independencia les sirvió poco menos que para hacer un himno nacional y una banderilla por ahí, cuyo significado y simbolismo fueron siempre incongruentes con su realidad. Tal parece pues, que seguimos en las mismas desde hace 200 años.

3 comentarios:

Nancy dijo...

El tema me apasiona. Volveré más tarde a leer despacio... aunque no comente. Apapachos

Unknown dijo...

Hola Nancy. Es un tema apasionante, de plano. Nos ha puesto nuestro ser en perspectiva: ¿qué somos?
Luego platicamos, un abrazo.

Alberto B. dijo...

El tema de Zelaya está complicadisimo. lo logico seria eliminar a toda la cúpula y convocar a elecciones inmediatas. Pero ninguno de los bandos lo va a permiitir
Como dice Villalobos en su artículo, nuestras democracias son débiles y cualquier cosa la derrumba. buen artículo.