Quizá exista un momento en que los escritores deberían darse por bien servidos, saber que ya hicieron su mejor obra, y evitar ahondar en temas por demás hablados, novelados, discutidos, etc.
Pero no es así. Vemos a escritores, que ya no tienen ninguna necesidad de producir, quizá exigidos por un contrato editorial o por alguna agencia literaria, lanzar –luego de una carrera brillante– un mal libro. Tal es el caso de las ya mil veces controvertidas “Memorias de mis putas tristes”, de Gabriel García Márquez.
Y creo que en el caso de Carlos Fuentes, es probable que una situación semejante lo haya obligado a sacar a luz su último libro “Adán en Edén” (Alfaguara, 2009). Publicado a sus ochenta y un años y presentado en la Fil de Guadalajara 2009, esta obra afirma en su contraportada: “Ciudades perdidas, callampas, villas miseria, favelas, Gorozpevillas: todas son lo mismo. O vives ahí o eres uno de los culpables de su existencia. Eso lo saben Adán Gorozpe, cínico arribista que pasó de pobretón estudiante a poderoso mandamás gracias a un afortunado braguetazo, y también Adán Góngora, ministro a cargo de la seguridad nacional que ha puesto en marcha una estrategia espeluznante: se alía con los peores criminales y encierra o manda a matar a los menos aptos; encarcela inocentes y uno que otro culpable, exhibe a todos y así se gana la opinión pública como garante de la justicia”. Y yo, que recién acabo de leer esta novela, cuya lectura no disfruté como suele ocurrirme con las obras de Carlos Fuentes, juro que no vi nada de esto en la obra.
¿Quién escribirá las leyendas de contraportadas?, me pregunto. Pues alguien que no leyó la obra, me contesto en este caso, o que quiso pintarla más amena de lo que es. Porque de todo lo dicho, lo único que realmente se observa en la obra es que Adán Gorozpe es un cínico. Lo demás se dice, pero no llega a sentirse.
Luego, la fórmula del arribista, que por medio de un matrimonio de conveniencia accede al poder económico y de ahí al poder político, es una secuencia por demás tratada por el mismo Fuentes en obras tales como La muerte de Artemio Cruz y La región más transparente.
Peor aún, el cínico arribista, encerrado en la vida vacía que se ha fabricado para parecer respetable, pero que tiene una amante buena, inocente y comprensiva, con quien tiene una vida sexual apasionada y con quien puede dar rienda suelta a su “verdadero yo”, también se encuentra presente en estas tres obras.
Una historia bastante floja, con personajes muy previsibles (incluido el esperpéntico niño Dios de alas postizas que predica en las esquinas de un DF convulso) y sobre los cuales ya todo está dicho, componen esta última novela de uno de los grandes escritores latinoamericanos.
“Un día, Góngora le propone a Gorozpe coludirse para elevar su jueguito al más alto nivel: “¿Qué tal si usted y yo, tocayo, apoyamos a un candidato imposible para la primera magistratura del país”. Ese candidato, claro, sería Gorozpe, sólo que para ese momento él sabe que debe deshacerse de Góngora, o al menos neutralizarlo. ¿Cómo proceder contra tan formidable adversario? Cómo detener el remolino que arrastra al país hacia la cloaca”, continúa la contraportada. Y entonces, cuando la novela parece levantarse y llegar a un punto donde –por fin– aparece el tan esperado conflicto literario, ésta se acaba. Así, sin más gracia que la que puede tener una nota periodística mal redactada.
Me quedo pues con el Fuentes de obras maestras como El espejo enterrado, Aura o las dos anteriormente mencionadas. Esta novela –para mi gusto– “no pasa mañana”.